miércoles, 3 de marzo de 2010

TERREMOTO EN CHILE

La imagen de lo ocurrido la madrugada del sábado 27 de febrero cada día toma colores más desgarradores. Con dolor vamos conociendo de tantas vidas perdidas, el miedo, el desamparo y la destrucción producida por el terremoto y posterior maremoto, junto con la violencia y el pillaje desatado en algunos puntos del país.

Me duele la ligereza de muchos que critican en este momento, o que se esfuerzan en buscar culpables.

Después del terremoto, quedé paralizado y sólo con el correr de las horas fui dimensionando lo ocurrido. Las comunicaciones cortadas hacían difícil saber qué es lo que había ocurrido con nuestros familiares y amigos. Gracias a Dios ya sabemos, todos están bien.

A la parálisis ha seguido la esperanza; tantas manos amigas, de Chile y del extranjero, han comenzado ayudar.

Me queda la reflexión que, en momentos críticos como los que estamos viviendo, nos conocemos de verdad. Por ello, quiero expresar mi más profundo pesar a todos los que sufren en estos momentos la pérdida humana y material, y el respeto que me despierta la grandeza de algunos de ellos que, en medio de su dolor, ayudan a otros que sufren más. Esto es para mí la mejor lección de estos difíciles días.

También reconozco públicamente la vergüenza que me produce el egocentrismo y la pequeñez humana de otros. Pensar sólo en nuestro sufrimiento o demandar ayuda exclusivamente para sí nos hace perder algo que no podemos olvidar jamás: la dignidad... El valor de lo humano y de la solidaridad que decimos caracteriza al pueblo de Chile.

Invito a los que estamos de pie y con nuestros familiares y amigos en buenas condiciones, también a los que han sobrevivido a la catástrofe, a respirar lo más profundo que podamos y agradecer por tener la oportunidad de vivir, siempre se puede y todo se puede... comencemos a construir.